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El Pentatlón de Musas

  • Oscar Esteban Ramírez @horrorfosforo
  • 17 ago 2016
  • 7 Min. de lectura

El deporte y el arte han estado ligados de alguna u otra forma a lo largo de la historia. Ocho siglos antes de Cristo, cuando en la antigua Grecia los héroes y semidioses tomaban cita en los anfiteatros repletos de personas dispuestas a presenciar las distintas hazañas Olímpicas, los vencedores realizaban peticiones formales a los diferentes "intelectuales" de la época, para que inmortalizaran sus gestas deportivas, mediante odas, poemas y esculturas. La descripción de los cuerpos vigorosos en toda su plenitud, de la euforia del triunfo y la tragedia de la derrota, de las batallas épicas que terminaban junto al último suspiro de vida del perdedor; fueron objeto de distintas obras literarias y esculturales que, con el objetivo de materializar en la historia, la vida de los atletas olímpicos, hacían del arte una herramienta para el esparcimiento y justo entendimiento del deporte en ese entonces.


El conocido poeta griego Píndaro, es quizás el mejor ejemplo de lo que eran las odas dedicadas al deporte olímpico, estando algunas de ellas, aún vigentes dentro de los libros de antaño.

"Sí, es verdad que hay muchas maravillas, pero a veces también

el rumor de los mortales va más allá del verídico relato:

engañan por entero las fábulas tejidas de variopintas mentiras.

Pero si algún hombre, al hacer algo, espera quedar oculto a la divinidad, se engaña."

Luego de la suspensión de las justas Olímpicas de la era antigua, El deporte se desligaría por completo de la estética literaria característica del arte, convirtiéndose en asociado únicamente de la actividad bélica.


No fue sino hasta el siglo XIX que reaparecerían los Juegos Olímpicos en el mundo deportivo. El responsable, Pierre de Coubertin, era un convencido de que las guerras sangrientas y los miles de muertos que ellas conllevaban, podían ser desplazadas por las batallas nobles dentro de un terreno de juego, donde caballeros podrían disputar su honor de la manera más justa y razonable: el deporte.


Coubertin sería el encargado de fundar el que es hoy Comité Olímpico Internacional, consiguiendo que en 1896, el Rey Jorge I inaugurará los Primeros Juegos Olímpicos de la era moderna, en Atenas, aquel epicentro de magnificas historias pertenecientes a la mitología griega y donde desde entonces, nuevamente se escribirían páginas doradas del deporte mundial.

Primeros Juegos Olímpicos de la "era moderna" en Atenas, 1896.


El francés Pierre de Coubertin, era un reconocido escritor, amante del deporte en todo el sentido de la palabra y admirador fiel a la lírica y la poesía. Por eso, luego de la restauración de los Juegos, su objetivo era conseguir reintegrar también, el arte a las justas Olímpicas. Así, a pesar de la resistencia de varios grupos intelectuales de la época, en 1912, Estocolmo presenció la fundación de una nueva disciplina Olímpica: El pentatlón de musas.

Literatura, escultura, pintura, arquitectura y música eran las categorías en las que diferentes artistas de todo el planeta, intentaban plasmar el espíritu olímpico, con obras cuya esencia debía ser el deporte, para ser premiados con medallas de oro plata y bronce, como si de una competición de atletismo se tratase, pues de hecho, éstas "competencias" se desarrollaban de manera paralela, junto al resto de disciplinas en los Juegos Olímpicos.

Pierre de Coubertin también participo del Pentatlón de Musas, convirtiéndose en el primer ganador de la competencia, gracias a su "Oda al deporte", publicada bajo el seudónimo de George Ohrod, siendo ella, el inicio de una nueva clase de literatura: la deportiva.

I

«¡Oh Deporte, placer de los dioses, esencia de la vida! Has aparecido de repente en medio del claro gris donde se agita la labor ingrata de la existencia moderna, como un mensaje radiante de épocas pasadas, de aquellas épocas cuando la humanidad sonreía. Y sobre la cima de los montes destella un resplandor de la aurora, cuyos rayos de luz salpican el suelo de los oquedales sombríos.


II

¡Oh Deporte, tú eres la Belleza! Eres el arquitecto de este edificio que es el cuerpo humano y que puede convertirse en algo abyecto o sublime dependiendo de si es degradado por las viles pasiones o si es cultivado por el esfuerzo. No existe belleza sin equilibrio y proporción, y eres el maestro incomparable de una y otra pues engendras armonía, ritmas los movimientos, aligeras la fuerza y fortaleces lo que es ligero.


III

¡Oh Deporte, tú eres la Justicia! La equidad perfecta, perseguida en vano por lo hombres en sus instituciones sociales, se instala por iniciativa propia en ti. Nadie sería capaz de superar ni un milímetro la altura que puede saltar ni de un segundo el tiempo que puede correr. Sus fuerzas físicas y morales combinadas son las únicas que determinan el límite de su éxito.


IV

¡Oh Deporte, tú eres la Audacia! Todo el sentido del esfuerzo muscular se resume en una palabra: atreverse. ¿De qué sirven los músculos, de qué sirve sentirse ágil y fuerte, de qué sirve cultivar la agilidad y la fuerza si no es para atreverse? Pero la audacia que inspiras no tiene nada de la temeridad del aventurero que lo juega todo al azar. Se trata de una audacia prudente y meditada.


V

¡Oh Deporte, tú eres el Honor! Los títulos que confieres sólo tienen valor si se adquieren con absoluta lealtad y perfecto desinterés. Si alguien consigue engañar a sus compañeros por cualquier método inconfesable, sufrirá las consecuencias en el fondo de su alma y teme el epíteto infamante que se asociará su nombre si se descubre la trampa de la que se ha beneficiado.


VI

¡Oh Deporte, tú eres la Alegría! A tu llamamiento la carne se anima y los ojos chispean; la sangre circula abundante a través de las arterias. El horizonte de los pensamientos se purifica. Puedes incluso aportar una diversión saludable a la pena de quienes se ven sumergidos por la tristeza, mientras que permites a los que son felices que disfruten de la plenitud de la alegría de vivir.


VII

¡Oh Deporte, tú eres la Fecundidad! Por vías directas y nobles, tiendes al perfeccionamiento de la raza, destruyendo los gérmenes mórbidos y enderezando a su pureza primitiva las taras que la amenazan. E inspiras al atleta el deseo de ver crecer junto a él hijos despiertos y robustos que le sucederán en la pista de deportes y ganarán gloriosos laureles.


VIII

¡Oh Deporte, tú eres el Progreso! Para servirte es necesario que el hombre se perfeccione en cuerpo y alma. Le impones la observancia de una higiene superior y le exiges que se guarde de cualquier exceso. Le enseñas las sabias reglas que infundirán a su esfuerzo la máxima intensidad sin comprometer el equilibrio de la salud.


IX

¡Oh Deporte, tú eres la Paz! Estableces relaciones amistosas entre los pueblos, acercándolos en el culto de la fuerza controlada, organizada y dueña de sí misma. A través de ti, la juventud del mundo aprende a respetarse y, de este modo, la diversidad de las virtudes nacionales se convierte en fuente de una emulación generosa y pacífica».

Pierre de Coubertin, escritor de la "Oda al deporte" y pionero del Pentatlón de Musas.

Desde su instauración, la participación literaria de distintos escritores en los Juegos Olímpicos, fue motivo de preocupación para los grupos intelectuales, que no concebían relación alguna entre el arte de las letras y lo que para ellos era, una actividad bestial sin sentido. Además, el hecho de que al igual que los deportistas, era requisito obligatorio que los autores de las obras artísticas no fueran profesionales, causaba el repudio de gran parte de la sociedad literaria de la época.


A pesar de las críticas y la desaprobación de muchos, las letras continuaron acompañando a los deportistas en sus hazañas y decorando las disciplinas, junto a la belleza del arte durante aquellas primeras ediciones de los Juegos Olímpicos. Fue en 1924, tras la finalización de la Primera Guerra Mundial, que la labor literaria de aquellos "escritores olímpicos" tuvo mayor repercusión, pues la sangre y violencia ya no eran protagonistas de las obras contemporáneas, sino, la destreza, habilidad y talento físico, que en aquellos Juegos, reunieron a cientos de pensadores, filósofos y artistas del momento, que buscaban narrar una nueva realidad, la modernidad.


Varios nombres fueron protagonistas del Pentatlón de musas, autores que con el paso de los años se convertían en jurados, dejaron obras maravillosas, que incluso a pesar del paso irreversible tiempo y de la desaparición de unas cuantas, todavía permiten al lector, disfrutar mediante la conjugación de palabras y la composición de ideas en verso o en prosa, de lo que fue una de las mejores épocas para el deporte y para el arte.


Por ejemplo, Charles Louis Prosper Guyot, fue ganador de la competencia en 1924, gracias a su obra Jeux Olympiques, un poema dedicado al lanzamiento de martillo y las carreras.

Los Juegos de 1924, donde la unión entre arte y deporte tuvo su auge social, fueron los primeros tras el fin de la Primera Guerra Mundial.

"Los corredores se inclinan, flores tensas,…

Un lanzamiento: ¡una palabra violenta! Y de repente

Los cuellos se extienden, hacia delante como tallos

caras como manzanas pálidas y robadas

dientes y mandíbulas lanzándose al espacio".

Con el paso del tiempo y ante las continúas críticas por la supuesta falta de calidad de las obras, el Pentatlón de Musas decayó progresivamente en cuanto a participación y repercusión en cada justa Olímpica. Llegando al punto donde en 1936, en los Juegos Olímpicos de Berlín, los poetas fascistas italianos y alemanes, aplastaron y triunfaron categóricamente en la disciplina artística, como muestra de una manipulación de poderes que daba señas, minúsculas muestras de la tragedia que se aproximaba.


Londres 1948 fueron los últimos Juegos Olímpicos que entregaron una medalla de oro como recompensa al arte, a la belleza, ya en los siguientes Juegos, el Pentatlón de Musas había sido suprimido, cerrando una era donde el deporte y el arte, caminaron de la mano, describiendo juntos la líneas del libro histórico deportivo y literario que hoy, para muchos, ni siquiera existió.

"Ningún atleta gira

como él, sin tropezar, sobre la arena La multitud lo mira ¿a quién la faz no encanta de tan bello garzón y hazaña tanta?"





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